Alonso logra la pole en Singapur, se mantiene primero en la salida, nadie le adelanta durante la carrera y logra la victoria. Parece fácil, ¿verdad? Cualquier persona que no pudiera ver lo que aconteció ayer en el circuito urbano de Marina Bay pensará que fue la típica carrera aburrida de Fórmula 1, en la que apenas hay cambios de posición con respecto a la parrilla de salida, en la que nadie adelanta y no pasa nada. Pero, en esta ocasión, estarán equivocados, muy equivocados. El Gran Premio de Singapur de 2010 ha sido, con seguridad, una de las mejores carreras de la temporada y, probablemente, uno de los espectáculos de pilotaje más grandiosos que se hayan vivido en los últimos años.
Los protagonistas, Fernando Alonso y Sebastian Vettel, son, junto a Lewis Hamilton, al que en esta ocasión la fortuna le fue esquiva, los dos mejores pilotos de la parrilla, capaces de rodar al máximo durante más de 309 kilómetros sin cometer un solo error. Y esto, que en ocasiones resulta admirable, multiplica su magnitud cuando se realiza en uno de los trazados más complejos del campeonato. No sólo por la dificultad que entraña la ausencia de escapatorias, la cercanía de los muros y la luz artificial, sino por el trastorno mental que genera a los pilotos volar a casi 300 kilómetros por hora en sentido contrario a las agujas del reloj. Giros y más giros en sentido inverso al habitual, la calle de boxes, hacia la izquierda, las reincorporaciones a la pista por donde nunca las esperan… Demasiadas dificultades a las que se suman, como casi siempre, un par de apariciones del coche de seguridad, dos o tres accidentes (de los de verdad, no como el de Nelsinho Piquet) y un monoplaza ardiendo en plena carrera que convertirá a su piloto y extintor, Heikki Kovalainen, en futura portada de algún calendario de bomberos.
Y entre todo este caos, la inmensidad de Fernando Alonso. Impasible y heroico, pese a la dureza de la carrera, pese al calor, pese a la humedad (superior al 80% durante casi todo el fin de semana) y pese a la presión brutal ejercida por el Red Bull del alemán Vettel, que rodó pegado a su cogote durante 61 vueltas, con distancias nunca superiores a los 2,5 segundos y, en ocasiones, de tan sólo medio segundo, sin encontrar hueco alguno para adelantarle. Lo del español en Marina Bay será recordado durante años. Más aún si, finalmente, sirve para conseguir su ansiado primer título mundial al volante de un Ferrari, tercero de su carrera.
Por delante quedan cuatro Grandes Premios, o tres, quién sabe, porque el de Corea, previsto para el 24 de octubre, a día de hoy sigue en el aire y todo apunta a que finalmente se cancelará por el retraso acumulado en la construcción del circuito. Cuatro carreras (o tres) en las que Alonso deberá sumar doce puntos más que Webber, once si logra una victoria más que el australiano, manteniendo a raya a los otros tres aspirantes al título: Hamilton, Vettel y Button. Dentro de dos semanas, en Suzuka, primera opción para hacerse con el liderato del Mundial en un circuito muy técnico, con gran influencia de la aerodinámica, en el que Alonso ya ganó en 2008 con Renault y en el que Ferrari siempre ha logrado buenos resultados.
Miguel A. Morán
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